lunes, 19 de septiembre de 2016

Cielo patria eterna

En Dios, Uno y Trino, está el verdadero tesoro, la felicidad que no termina.

Amar la patria. Para muchos resulta algo espontáneo. En ella nacimos y crecimos. Será mejor o peor, pero es, simplemente, nuestra patria.

Existe, además, una patria que no he visto, que no he tocado, pero no por ello deja de ser importante: el cielo.

Porque ahora somos, simplemente, peregrinos. Nada de la tierra dura eternamente. Solo al llegar al paraíso, al cielo eterno, reconoceremos que esa era la patria verdadera.

¿Pensamos en el cielo como patria eterna? ¿Nos emociona como emociona a muchos su bandera, el himno patrio, el nombre de su tierra?

El cielo empieza a atraer cuando pensamos en lo que nos espera. Lo más importante, lo más grande, lo más bello: el amor de nuestro Padre Dios.

En Dios, Uno y Trino, está el verdadero tesoro, la felicidad que no termina, la unión auténtica y plena con familiares, amigos, compatriotas y extranjeros.

Solo en el cielo tenemos una patria segura. Guerras, terremotos, epidemias, hieren la fragilidad de nuestro suelo. Pero el amor auténtico, que viene de Dios y a Dios nos lleva, dura para siempre.

Es hermoso amar esa patria verdadera, soñar con ella, mirar el horizonte e intuir lo que está más allá del espacio, del tiempo, de los impuestos y de los miedos de nuestro mundo herido.

Cada día es diferente si dejamos que la esperanza nos acompañe, si abrimos el deseo del alma hacia un abrazo lleno de ternura.

Ahora vivimos entre tinieblas. La luz libera del pecado, impulsa al arrepentimiento, nos pone en las manos las llaves que permiten entrar, definitivamente, en la patria eterna.

Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net

¿Tienes fe para repartir?

¿Puedes dar a otros esa fe, esa visión de la vida, ese amor a Dios que tú tienes?

¿Tienes fe para repartir, es decir, tienes tanta abundancia que te sobra, y, por consiguiente, puedes dar a otros esa fe, esa visión de la vida, ese amor a Dios que tú tienes? ¿O es una fe que apenas te alcanza?

Como cuando uno va a comprar en el mercado, y se le antoja llevarse muchas cosas; pero, a la hora de sacar la cartera, se da cuenta de que no le alcanza, y empieza a dejar un objeto aquí, y luego otro, y luego otro, y se lleva solamente unas cuantas cosas porque no le alcanza el dinero.

¿Eres tú de ésos? ¿De los que son católicos a ratos? Quizás el domingo un momento. Quizás en algún evento especial de la vida. Pero luego hay horas, días y meses en que parece que ya no crees. Parece que no tienes un fuerte sostén espiritual. Parece que andas sin brújula en la vida.

Se necesita hoy gente que esté llena, llena de esa fe, llena de ese amor, llena de esperanza para repartir; porque hay más pobres, más mendigos del espíritu que mendigos de un pedazo de pan. Hay mucha hambre de fe, mucha hambre de Dios, y se requiere gente que la tenga en abundancia para repartirla.

Cuando el nivel de fe baja en el mundo, sube el nivel de la desesperación. ¿Por qué habrá hoy tantos desesperados?

Por: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

viernes, 16 de septiembre de 2016

La gracia y la eficacia de los Sacramentos

Es un don sobrenatural que Dios nos concede para poder alcanzar la vida eterna y es recibida a través de los sacramentos.

La Gracia
En nuestro lenguaje diario, la palabra gracia nos hace pensar en cosas agradables, pero cuando hablamos en un sentido teológico nos referimos a la “gracia sobrenatural”. Que es un DON sobrenatural que Dios nos concede para poder alcanzar la vida eterna, y esta gracia se nos confiere, principalmente, por medio de los sacramentos. Es algo que Dios nos regala, nadie ha hecho nada con su propio esfuerzo para obtenerla. El primer paso siempre lo da Dios. Es don sobrenatural porque lo que se está comunicando es la vida de Dios que va más allá de toda la naturaleza creada.

Solamente por medio de la gracia, el hombre puede alcanzar la vida eterna, que es el fin para el que fue creado. Esta regalo de Dios exige la respuesta del hombre.

Es un don sobrenatural infundido por Dios en nuestra alma – merecida por la Pasión de Cristo - que recibimos por medio del Bautismo, que nos hace, justos, hijos de Dios y herederos del cielo. El Espíritu Santo nos da la justicia de Dios, uniéndonos - por medio de la fe y el Bautismo – a la Pasión y Resurrección de Cristo. Cuando perdemos esta gracia al pecar gravemente, la recuperamos en el sacramento de la Reconciliación. Al recibir alguno de los otros sacramentos se nos aumenta esta gracia. Catec. nos. 1996ss

La gracia santificante es el don sobrenatural y gratuito que se encuentra en nuestra alma. Es una cualidad de nuestra alma, porque ella es la que perfecciona nuestra alma.

Ella produce tres efectos muy importantes en nosotros:
 
1.- Borra el pecado, es decir nos hace justos. La justificación es el paso del pecado a una vida de gracia.

2.- Nos hace posible la participación de la vida divina. Al borrarse el pecado, se nos comunica la vida de Dios, nos da una vida nueva.

3.- Por medio de la gracia, nuestras buenas obras adquieren méritos sobrenaturales. La Sagrada Escritura hace muchas referencias sobre estos méritos (Cfr. 1Tim. 4,7; Lc. 6, 38; 1Cor. 3, 8; Rom. 2, 6-8). Las promesas hechas por Cristo sobre los méritos de las buenas obras hizo que esto fuera declarado como verdad de fe (Cfr. Dz. 834). 

La Eficacia de los Sacramentos
Los sacramentos son medios de salvación, son la continuación de las obras salvíficas que Cristo realizó durante su vida terrena, por lo tanto, siempre comunican la gracia, siempre y cuando el rito se realice correctamente y el sujeto que lo va a recibir tenga las disposiciones necesarias, sin oponer resistencia. La recepción de la gracia depende de la actitud que tenga el que lo recibe.

Las disposiciones del que lo recibe son las que harán que se reciba mayor o menor gracia. La acogida que el sujeto esté dispuesto a dar a la gracia de Cristo, juega un papel muy importante en la eficacia y fecundidad del sacramento. La disposición subjetiva, es lo que se conoce como "ex opere operantis". Esto quiere decir “por la acción del que actúa”.

Los sacramentos son los signos eficaces de la gracia, porque actúan por el sólo hecho de realizarse, es decir, "ex opere operato" = por la obra realizada, en virtud de la Pasión de Cristo. Esto fue declarado por el Concilio de Trento como dogma de fe. Ellos son la presencia misteriosa de Cristo invisible, que llega de manera visible por medio de los signos eficaces, materia y forma. Cristo se hace presente real y personalmente en ellos. Por ser un acto humano, al realizarse con gestos y palabras y un acto divino – realizado por Cristo, de manera invisible – el cristiano se transforma y se asemeja más a Dios. Catec. n. 1128).

Los sacramentos son una manera, posterior a la Revelación, que satisface la necesidad que tiene el hombre de tener una comunicación con Dios y el deseo de Dios de comunicarse con el hombre. 

Por: Cristina Cendoya de Danel | Fuente: Catholic.net

El misterio de la gracia

 
Su naturaleza y la necesidad que hay de ella.

La Encarnación restableció la unión entre Dios y el hombre, que el pecado había roto; la Redención reconcilió al hombre pecador con Dios ofendido y la muerte del Redentor, ofrecida por todos los hombres, tuvo eficacia y mérito más que suficientes para salvarlos a todos; pero, es preciso que se nos haga participantes de los frutos de la Encarnación y Redención y el agente de la comunicación de los méritos de Cristo al alma es lo que se llama gracia.

Naturaleza y división de la gracia

Este nombre, en general, significa un don gratuito que se nos otorga sin ningún mérito de parte del que lo recibe. En sentido teológico, en el cual lo tomamos ahora, quiere decir: "Un don sobrenatural que Dios nos concede gratuitamente, en virtud de los méritos de Cristo, para conducirnos a la vida eterna".

La Iglesia y los teólogos distinguen dos suertes de gracia: una llamada gracia actual, y otra gracia habitual. La gracia actual, como su nombre lo indica, es transitoria; es un del momento por el cual Dios nos excita y nos ayuda a evitar el mal y obrar el bien. Este socorro divino, que se nos otorga en tiempo oportuno, es una luz que ilumina nuestra inteligencia, una excitación dada a nuestra voluntad, en fin, un buen movimiento, que nos ayuda, pero que no lo hace todo sin nosotros: para obtener su fin, la gracia actual necesita de nuestra cooperación. Si correspondemos fielmente a ella, adquirimos un mérito; si la hacemos ineficaz por nuestra voluntad, somos culpables. La gracia habitual, que también se llama santificante, permanece en nuestra alma y la hace santa y agradable a Dios. No es un socorro transitorio, sino un influencia permanente divinamente difundida en el alma. Por esto la Escritura designa comúnmente a esta gracia con el nombre de vida. Ella es, en efecto, la vida sobrenatural del alma. También se la llama estado de gracia y caridad.

Necesidad que el hombre tiene de la gracia

La gracia es necesaria al hombre para todos los actos sobrenaturales; pues, como dijo Jesucristo: "Sin Mí no podéis hacer nada" (San Juan, XV, 5); y San Pablo: "No somos capaces de formar por nosotros mismos ni un buen pensamiento: sólo Dios es quien nos da este poder" (II Corint. III, 5); y el Concilio de Trento: "Sin la gracia de Jesucristo, el hombre no podría ser justificado por las obras que ejecuta ayudado de sus fuerzas naturales. La gracia divina no se le concede sólo como un auxilio útil, sino como un socorro necesario. Sin la ayuda del Espíritu Santo, el hombre no podría creer, esperar, amar, arrepentirse, como es necesario, para merecer la santificación" (Ses. VI, can. 1-3).

Pero si la gracia es necesaria para las operaciones sobrenaturales del alma, Dios, en su misericordia, concede a todos los hombres los auxilios que necesitan para obtener su fin: y, como dice el Concilio de Trento: "Dios no ordena imposibles, pero cuando manda nos advierte al mismo tiempo que hagamos lo que podemos y que pidamos lo que no podemos y Él nos ayuda a poder" (Ses. VI, cap. 11). Ya antes había dicho San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"(I Tim. II, 4).

Por consiguiente, Dios jamás niega las gracias necesarias a los justos para cumplir sus mandamientos; ni a los pecadores, por ciegos y endurecidos que estén en la maldad, para arrepentirse y salir del estado de culpa; ni a los infieles, aun a aquellos que no tienen ningún conocimiento de la fe, para salir de su infidelidad.

Sin embargo, como las gracias de Dios no siempre obtienen el efecto que el Señor pretende, los teólogos las dividen en suficientes y eficaces. Llámese gracia suficiente el auxilio que Dios envía al alma, pero no obtiene resultado porque el hombre la resiste. Se denomina eficaz el auxilio que obtiene realmente el efecto para el que Dios le comunica. Esta eficacia deja siempre a salvo la libertad humana: el hombre, puede, en cada instante, seguir el impulso de la gracia o rechazarlo, consentir a las inspiraciones del Espíritu Santo o resistir a ellas. La gracia no arrastra necesariamente y los actos sobrenaturales que lleva a cabo la voluntad con el auxilio divino son actos libres.

La predestinación

Otro carácter, no menos misterioso de la gracia, es el que resulta de la predestinación. Se llama predestinación el acto por el cual Dios nos prepara su gracia en el tiempo y su gloria para la eternidad.

De aquí que los teólogos distingan dos suertes de predestinación, una a la gracia y otra a la gloria. La segunda presupone la primera, porque nadie puede salvarse sin la gracia; pero la primera no lleva consigo la segunda, porque desgraciadamente hay quienes, después de haber recibido el don de la fe y de la justificación, no perseveran en el bien y mueren en desgracia de Dios.

Sin embargo, la Iglesia afirma con el Concilio de Trento (Ses. VI, can. XII, XVII), que nadie es predestinado al pecado ni al infierno; los que se pierden, se pierden libremente; se pierden por elección, por obstinación, por efecto de una perseverancia voluntaria en el mal; se pierden a pesar del mismo Dios, que quiere su salvación y que les prodiga hasta el fin los medios para obrar bien.

La predestinación y la libertad

La enseñanza católica, que acabamos de resumir respecto de la gracia, y, en especial, la eficacia de la gracia divina y el dogma de la predestinación, dan lugar a uno de los problemas más difíciles que tienen que resolver la razón humana y la teología: tal es la conciliación de la acción eficaz de la gracia y de la predestinación con la libertad del hombre.

Los que Dios ha predestinado a la gloria, diremos con Cauly, serán infaliblemente salvos: esta verdad es de fe. Por otra parte, la predestinación no destruye la libertad: esto es, igualmente de fe. ¿Cómo conciliar estas dos verdades? Repitamos primero con Bossuet: Es preciso no abandonar dos verdades igualmente ciertas porque no veamos el nexo que las une.

"El decreto beatífico o reprobador nos e ha dado sino en vista de los méritos o deméritos del hombre. Dios destina eternamente a la gloria a aquellos que prevé que aceptarán y conservarán la gracia. No es su presciencia lo que determina la elección y asegura su suerte; sino que su presciencia se ejerce a causa y en consecuencia de su elección, y da el decreto de gloria a causa y en consecuencia de esta presciencia" (Besson, Les Sacrements, 2a. Conferencia). Así, la predestinación a la gloria o al castigo sería cronológicamente ulterior a ella, porque Dios ha visto los méritos o deméritos del hombre libre antes de predestinarlo al cielo o al infierno. Sin duda, el decreto providencial surtirá necesariamente su efecto, porque Dios, en su presciencia, no puede ver las cosas de distinto modo de lo que han de ser; pero el decreto en sí no es más que la consecuencia de nuestras obras.

¿Qué se ha de pensar, pues, de esta objeción?: "Si estoy predestinado a la gloria, me salvaré infaliblemente; si estoy predestinado al infierno, me condenaré indefectiblemente. Luego, es inútil que trabaje; no me queda sino esperar la ejecución de mi predestinación".

Nada hay más falso que este raciocinio y nada hay tampoco más absurdo. Nada hay más falso, puesto que la predestinación, no destruye para nada la libertad, sino al contrario, la respecta y la supone. El Cielo es una recompensa, el infierno un castigo, que nos esperan con certeza. ¿Pero sabemos cuál es respecto de nosotros el decreto de la Providencia? De ningún modo, y el justo no menos que el pecados más obstinado, no tiene conocimiento de él. Lo que sabemos es que Dios es justo y que somos libres; que nuestra obras buenas merecerán el Cielo y nuestros crímenes el infierno. En nuestra mano está ganar el Cielo, haciendo, con el auxilio de la gracia, todo el bien que podamos; de nosotros depende el trabajar por evitar el infierno; pues obrando así estamos ciertos de que no somos del número de los réprobos.

El raciocinio del fatalista no solamente es falso sino también absurdo. En efecto, Dios no ha previsto solamente desde la eternidad lo que concierne a nuestra suerte en la vida futura, sino que juntamente ha previsto todos los acontecimientos de la vida presente. Sabe que tal enfermedad será mortal o no, que tal proyecto debe realizarse o fracasar, que tal trabajo será fructuoso o estéril, que tal hombre será rico o pobre. ¿Y por este solo razonamiento "Dios sabe con ciencia cierta lo que sucederá", el enfermo va a renunciar a los cuidados del médico, el hombre de negocios o de labor a su proyecto o a su trabajo? No; todos se acuerdan prácticamente de la frase de La Fontaine: "Ayúdate y el Cielo te ayudará", y obran, en la medida de sus fuerzas, para llegar al fin que desean. Así debe hacerse en orden a la salvación. El cristiano sabio y prudente se esfuerza por preparar su destino, sabiendo que Dios se lo dará tal cual sus obras lo hayan merecido.

La eficacia de la gracia y la libertad humana

El problema de la armonía entre la eficacia de la gracia y la libertad humana, no es más insoluble, a pesar del misterio que a menudo le envuelve. A la luz de la eternidad todas las tinieblas habrán desaparecido; en este Mundo quedan algunas sombras. Cualquiera que sea la opinión teológica que se admita sobre la causa real de la eficacia de la gracia, no es por eso menos cierto que la libertad humana queda entera en todas las circunstancias y condiciones en que la gracia puede obrar.

En efecto, tres estados de presentan en que el alma se halla particularmente bajo la acción de la gracia. Ahora bien, sea que se trate de pasar de la infidelidad a la fe, o del pecado al estado de justicia y santidad, o bien que sea cuestión de la perseverancia del alma justa, la libertad humana permanece intacta.

El infiel es libre en todos los actos que preparan su conversión; si cree en la palabra de Dios, si confía en sus promesas, si comienza a amarle, si se arrepiente, si cambia de vida, tiene conciencia de que ejecuta estos actos libremente. Lo mismo sucede con el pecador: la justificación no la recibe sino mediante un acogimiento espontáneo y libre hecho a la gracia que le previene; la idea de volver a Dios, el arrepentimiento, la confesión, la reparación, otros tantos actos absolutamente libres. Y en fin, el alma justa que persevera, practica de un modo enteramente libre todos los actos que aumentan su santidad y su recompensa, si bien bajo la influencia de la gracia. Su oración, sus limosnas, sus actos de virtud, todo es libre: y esta alma tiene conciencia de que bajo el influjo de esta misma libertad puede en un momento, por un solo acto, por una palabra, un pensamiento, un deseo de hacerse rebelde, comprometerlo todo.

Es, pues, cierto que la conciliación de la gracia y de la libertad, aunque a veces sea misteriosa, no es imposible ni irracional, y esto es lo que debíamos demostrar.

Por: Cristiandad.org | Fuente: Cristiandad.org

¿Se puede comprobar la Resurrección de Cristo?


La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo, es un hecho que ha sucedido en la realidad.


Jesucristo, después de ser crucificado, estuvo muerto y enterrado, y al tercer día resucitó juntando su cuerpo y su alma gloriosos para nunca más morir. Por tanto, Jesucristo está ahora en el cielo en cuerpo y alma. La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo.

La expresión de San Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de "tres días y tres noches". Pero tal expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse el día como una unidad de día-noche. El decir "tres días y tres noches" es un modismo equivalente a "al tercer día"».

Antes de morir Jesús había profetizado varias veces su resurrección. Por lo tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba más convincente, que era Dios. Dice San Mateo, que los fariseos mandaron a sus soldados que habían estado guardando la tumba, que dijeran: «Sus discípulos vinieron de noche estando nosotros dormidos y lo robaron».

San Agustín dio a esto una respuesta definitiva: «Si estaban durmiendo, no pudieron ver nada. Y si no vieron nada, ¿cómo pueden ser testigos?». Los teólogos modernos buscan diversas explicaciones al hecho de la resurrección de Cristo. Pero cualquiera que sea la interpretación debe incluir la revivificación del cuerpo, si no se quiere hundir la teología de la resurrección.

Algunos dicen que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico, pues no hay testigos. Este modo de hablar es ambiguo y puede confundir; pues «no histórico» puede confundirse con «no real». Por eso no debe emplearse, como recomienda el padre José Caba, S.I., Catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en su libro «Resucitó Cristo, mi esperanza». La resurrección de Cristo es un hecho que ha sucedido en la realidad. Aunque no haya habido propiamente ningún testigo del hecho de la resurrección, en cuanto tal, es histórica en razón de las huellas dejadas en nuestro mundo y de las que dan testimonio los Apóstoles.

Si aparece un coche en el fondo de un barranco y está destrozado el pretil de la curva que hay en ese sitio, no necesito haber visto el accidente, para comprender lo que ha pasado. De la misma manera puedo conocer la resurrección de Jesucristo. Para otros sí se puede considerar como hecho histórico, pues puede localizarse en el.espacio y en el tiempo; y según Pannemberg es histórico todo suceso que puede ser colocado en unas coordenadas de espacio y tiempo. Por eso para el P.Ignacio de La Potterie, S.I., que es uno de los mejores especialistas en el mundo del Evangelio de San Juan, la resurrección de Cristo tuvo una realidad física, histórica.

La resurrección de Cristo la refiere San Pablo en carta a los Corintios, el año 57, es decir, a contemporáneos de los hechos:
«Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día»(394). Y lo atestigua San Pedro: «De Jesús resucitado todos nosotros somos testigos». San Lucas lo afirma enfáticamente: «El Señor ha resucitado verdaderamente».

Cristo estaba muerto en la cruz. Por eso los verdugos no le partieron las piernas como solían hacer para rematar a los crucificados. Si no hubiera estado muerto, le hubiera matado la lanzada que le abrió la aurícula derecha del corazón.
La cantidad de sangre que salió después de la lanzada, según el relato de San Juan que estaba allí presente, dicen los médicos, sólo se explica porque la lanza perforó la aurícula derecha que en los cadáveres está llena de sangre líquida. Al tercer día el sepulcro estaba vacío: no estaba el cuerpo de Cristo. La fe en la resurrección de Jesucristo parte del sepulcro vacío. Oscar Cullmann, protestante, de la Universidad de Basilea, dice: la tumba vacía seguirá siendo un acontecimiento histórico . Los Apóstoles no habrían creído en la resurrección de Jesús de haber encontrado su cadáver en el sepulcro. Los cuatro evangelistas relacionan el sepulcro vacío con la resurrección de Cristo:

a) San Mateo: «No está aquí, pues ha resucitado».
b) San Marcos: «Ha resucitado, no está aquí».
c) San Lucas : «No está aquí, sino que ha resucitado».
d) San Juan al ver la tumba vacía y la disposición de los lienzos «vio y creyó» que había resucitado; pues si alguien hubiera robado el cadáver, no hubiera dejado los lienzos tan bien puestecitos.

San Juan vio la sábana, que había cubierto el cadáver de Jesús, yaciendo en el suelo, y doblado aparte el sudario que había estado sobre su cabeza. Según los especialistas la palabra «ozonia» usada por San Juan debe traducirse por «lienzos» y no por «vendas» como hacen algunos equivocadamente. Es verdad que las vendas son lienzos, pero no todos los lienzos son vendas.

El sepulcro vacío sólo tiene dos explicaciones. O alguien se llevó el cadáver o Cristo resucitó. El cadáver no lo robaron los enemigos de Cristo, pues al correrse la noticia de la resurrección la mejor manera de refutarla hubiera sido enseñar el cadáver. Si no lo hicieron, es porque no lo tenían.

Tampoco lo tenían sus amigos, pues los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado, y nadie da la vida por lo que sabe es una patraña. Se puede dar la vida por un ideal equivocado, pero no por defender lo que se sabe que es mentira. Es evidente que los Apóstoles no escondieron el cadáver.

Luego si Cristo estaba muerto, y el sepulcro estaba vacío, y nadie robó el cadáver, sólo queda una explicación: Cristo resucitó.
San Pablo nos habla también de la resurrección de Cristo en la Primera Carta a los Tesalonicenses del año 51 de nuestra era : Jesús murió y resucitó; y en la Primera Carta a los Corintios del año 55: Cristo resucitó al tercer día. Una confirmación de la resurrección de Cristo es la Sábana Santa de Turín donde ha quedado grabada a fuego su imagen por una radiación en el momento de la resurrección. No hay explicación más aclaratoria.

La resurrección de Jesucristo es totalmente distinta de la resurrección de Lázaro o de la del hijo de la viuda de Naín: éstos resucitaron para volver a morir, pero Cristo resucita para nunca más morir. «Cristo resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir». La resurrección de Cristo no fue una reviviscencia para volver a morir, como le pasó a Lázaro; tampoco fue una reencarnación, propia del budismo y del hinduismo; menos aún fue el mero recuerdo de Jesús en el ánimo de sus discípulos. Fue el encuentro con Jesús resucitado lo que provocó la fe de los discípulos en la resurrección, y no viceversa. La resurrección no fue la consecuencia, sino la causa de la fe de los discípulos. (...) Jesucristo fue restituido con su humanidad a la vida gloriosa, plena e inmortal de Dios. (...) Se trata de la transformación gloriosa del cuerpo .

Después de resucitar, antes de subir al cielo con su Padre, estuvo varios días apareciéndose a los Apóstoles que comieron con Él y le palparon con sus propias manos. Los fantasmas no comen ni se dejan palpar. Cristo resucitado cenó con los Apóstoles y se dejó palpar por Santo Tomás. Decía Cristo : «Soy Yo. Tocadme y ved. Un espíritu no tiene carne y hueso, como veis que Yo tengo».

San Pedro lo recuerda: «Nosotros hemos comido y bebido con Él después que resucitó de entre los muertos». En una ocasión se apareció a más de quinientos estando reunidos. Así nos lo cuenta San Pablo escribiendo a los Corintios, y añadiendo que muchos de los que lo vieron, todavía vivían cuando él escribía aquella carta, en los años 55-56 de nuestra Era. El verbo empleado por San Pablo excluye una interpretación subjetiva del término, «aparición». Las apariciones de Jesús son un motivo de credibilidad en la resurrección de Cristo.
Jesús resucitado tiene un cuerpo glorioso con propiedades distintas a las de un cuerpo material .

En la Biblioteca Nacional de Madrid he leído un incunable en el que Poncio Pilato escribe al emperador Tiberio sobre Cristo. Dice:
Después de ser flagelado, lo crucificaron. Su sepultura fue custodiada por mis soldados. Al tercer día resucitó. Los soldados recibieron dinero de los judíos para que dijeran que los discípulos robaron su cadáver. Pero ellos no quisieron callar y testificaron su resurrección. Sabemos con certeza que existieron unas actas oficiales de Poncio Pilato, Procurador de Judea, al Emperador Tiberio, como era obligación y costumbre en el Imperio por testimonio de Tertuliano (siglo III).
 
Por: P. Jorge Loring, S.I. | Fuente: Catholic.net

jueves, 15 de septiembre de 2016

Las Manipulaciones Protestantes - DR. FERNANDO CASANOVA (Recopilación)

¿Por qué Martín Lutero suprimió los deuterocanónicos de la Santa Biblia?

El video que NINGÚN PROTESTANTE quiere ver !

La soledad del sacerdote



En un momento de desespero, de angustia ante la realidad, el sacerdote experimenta ese tipo de soledad que no es benévola

Quizá la mayoría de lectores saben por qué estoy escribiendo este artículo. No diré nombres ni circunstancias. Si no lo saben, no hace falta. Solo me limitaré a decir que los sacerdotes somos seres vulnerables. Sublimes administradores de una gracia particular que nos trasciende, pero así mismo, delicados seres humanos. A veces nos mostramos tan duros que parecemos impermeables, pasamos como seres objetivos en todo sentido, perfectos hasta en el más mínimo detalle. Pero no es así. El aura de santidad que nos rodea, en un descuido, en una ligereza o imprudencia, se puede volver una corona de espinas que nos hace sudar sangre o que hiere a la Iglesia. Y si no somos perfectos, al menos así aparecemos en las exigencias y en el imaginario colectivo de nuestros feligreses y nuestras familias.

Rodeados de gente, a veces hasta la saciedad, terminamos el domingo en la soledad del sagrario o en la soledad de la habitación, poblados de presencias desvanecidas que con el paso del día se fueron volviendo ausencias. En los primeros años de sacerdocio, en esa misma soledad de la meditación, luego de que el trajín del día ha dado paso al silencio de la conciencia, se llega a pensar: ¿Me habré equivocado? ¿Cómo será una vida por fuera del sacerdocio? ¿Tiene sentido desgastarme por seres anónimos? Preguntas que para muchos surgieron esa noche antes de la ordenación diaconal y sacerdotal en la que poco dormimos.

Pero luego, afortunadamente, con el pasar de los años, las dudas van dando paso a la confirmación de que Dios no se equivoca cuando llama, sino que somos nosotros los que nos equivocamos al no ser lo suficientemente generosos; y se empiezan a concatenar tantas satisfacciones: el abrazo de quien no te conoce pero te agradece porque lo has escuchado en confesión, la sonrisa de los niños cuando los bendices, el sentir que eres un instrumento para que nazcan hijos para el cielo, la palabra sencilla que llegó al corazón de alguien que necesitaba ese consuelo, el bien que logras con un buen gesto y con tu trabajo silencioso que no sale en los periódicos... Y descubres que todo empezó un día, cuando te sentiste llamado. Hubo un momento inicial: Ir al seminario, ser un santo sacerdote, ayudar a las personas como Cristo. Y así surgió el Amor que todo lo abarca. Y las ilusiones, porque todos hemos querido cambiar el mundo con nuestra misión y en todos se ha albergado el ideal de la santidad.

En un momento de desespero, de angustia ante la realidad, de frustración por la pérdida de la identidad, el sacerdote experimenta ese tipo de soledad que no es benévola, diferente a aquella otra necesaria y justa que deja escuchar los latidos del corazón de Dios en la oración. De la que hablo es de la soledad que hizo perder el sentido de lo que movió su primer amor a Cristo. Esa soledad que dejó escapar el pensamiento encaminado a la posibilidad de una presencia y compañía que luego, con el tiempo, será frustración; y es que G. Bernanos, en su "Diario de un cura rural" lo dijo mejor: "un verdadero sacerdote no es nunca amado". Y es verdad, porque así él no quiera, su vida es de Dios, que sabe reclamar lo que siempre ha sido suyo.

Una oración por nuestros sacerdotes nos vendría muy bien en este momento.

Por: P. Raúl Ortiz Toro | Fuente: www.portaluz.org

Oscuridad y luz

 Puedo acercarme a Jesús para que realice el milagro de la luz.

Hay una oscuridad interior que impide ver claramente dónde están el bien, la verdad, la justicia. Hay una oscuridad exterior que hace muy difícil comprender lo que ocurre a nuestro alrededor.

En el mundo hay amplias zonas de oscuridad. Los corazones sienten la inquietud de la duda. Las sociedades quedan atrapadas entre tinieblas y confusiones dañinas. Hace falta aire nuevo y luces amigas.

La oscuridad cede terreno cuando avanza la luz. Entonces las personas y los hechos empiezan a aparecer en su verdadero contorno. La mente y el corazón respiran más serenos.

Desde que Cristo vino al mundo, la luz lucha contra las tinieblas. Es cierto que muchos no logran creer, que otros siguen en la duda, que otros rechazan o desprecian abiertamente al Maestro.

Pero también es cierto que millones de corazones reciben una iluminación interior y escuchan palabras que producen una paz indestructible. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14).

Cuando sienta que la oscuridad asedia mi mente, cuando palpe las tinieblas dentro de mi corazón, cuando escuche fuera de mí voces que aturden y engañan, puedo acercarme a Jesús para que realice el milagro de la luz.

Como ocurrió con el ciego de nacimiento (cf. Jn 9), también hoy unos rechazan la luz y otros empiezan a ver con ojos nuevos. El mundo sigue dividido, mientras el tiempo corre sin frenos hacia el momento final, hacia la hora decisiva del juicio sobre el Amor.

Hoy puedo abrir los ojos y dejarme iluminar con una “luz amiga”, humilde, serena, bondadosa. Entonces la oscuridad dejará de oprimir mi alma. Recibiré una paz y una alegría que nada ni nadie podrán arrebatarme (cf. Jn 16,22).

Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net

La soledad compañera de la vida

La soledad está en nuestras vidas, pero hay que saber amarla. Nos llevará al encuentro con Dios que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.

La soledad es un sentimiento que nos llena el alma de un silencio frío y oscuro si no la sabemos encauzar. Hay rostros surcados de arrugas, de piel marchita, de labios sin frescura, de ojos empequeñecidos, turbios y apagados que nos hablan por si solos de la soledad. Si sus voces nos llegaran nos dirían de su cansancio, de su miedo, pero sobre todo de su soledad....

Pero no hace falta que seamos ancianos para que en la vida nos acompañe la soledad.

La soledad del sacerdote, aún los más jóvenes, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, pero a veces es más dura la soledad de su propio corazón, que aunque ayudado por la Gracia de Dios no deja de ser humano. Tienen que consolar a los seres que llegan hasta ellos con sus penas, con sus problemas pero su corazón no puede aferrarse a ninguna criatura de la tierra y a veces se sienten solos, muy solos, tan solo acompañados de una gran soledad

La soledad en la adolescencia, duele profundamente por nueva, por incomprensible...Los padres se están divorciando, se quiere a los dos, se necesita a los dos, pero para ellos parece que no existe ese ser que no acaba de comprender y que está muy solo. Ellos tienen sus pleitos, su mal humor. La mamá siempre llorando, el papá alzando la voz... para él nada... tal vez sientan hasta que haya nacido. Si se divorcian será un problema ¿Qué será de él?¡Qué gran soledad, qué amarga soledad!

Las monjas misioneras, los misioneros, lejos de sus seres queridos y en tierras extrañas.

Y la soledad en algunos matrimonios, esa soledad que ahoga, que asfixia...que como dice el poeta: "es más grande la soledad de dos en compañía". El hombre de grandes negocios, empresario importante, magnate en la sociedad que parece que lo tiene todo pero que en el fondo vive una gran soledad.

La soledad de las grandes luminarias siempre rodeadas de personas y siempre solas... Las esposas de los pilotos, de los marinos, de los médicos, saben de una gran soledad y ellos a su vez, en medio del cumplimiento del deber, también están solos. La soledad de las personas que han perdido al compañero o compañera de su vida, ese quedarse como partido en dos porque falta la otra mitad, ese no saber cómo vivir esas horas, ahora tan vacías, tan tristes, tan solas...

Si no convertimos esa soledad en compañía para otros seres quizá, más solos aún que nosotros mismos, si no llenamos ese vacío y esas horas con el fuego de nuestro amor para los que nos rodean y nos necesitan, esa soledad acabará por aniquilarnos, ahogándonos en el pozo de las más profunda depresión.

En realidad todos los seres humanos estamos solos. La soledad está en nuestras vidas pero hay que saber amarla. Si le tenemos miedo, si no la amamos y no aprendemos a vivir con ella, ella nos destruirá. Si le sabemos dar su verdadero sentido, ella nos enriquecerá y será la compañera perfecta para nuestro espíritu. Con ella podremos entrar en nuestra alma, con ella podremos hablar con nuestros más íntimos sentimientos.

Ella nos ayudará, ella, la soledad bien amada y deseada a veces, nos llevará al encuentro de nuestra propia identidad y luego al mejor conocimiento de Dios, que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

lunes, 12 de septiembre de 2016

La Iglesia es católica y apostólica

  Significado de estas dos notas caracterísiticas de la Iglesia y el valor tienen para la comunidad cristiana.

Cuando profesamos nuestra fe, nosotros afirmamos que la Iglesia es católica y apostólica.

Pero, ¿cuál es efectivamente el significado de estas dos notas caracterísiticas de la Iglesia? ¿Y qué valor tienen para la comunidad cristiana y para cada uno de nosotros?

Católica

Católica significa universal.

Una definición completa y clara nos la ha ofrecido uno de los Padres de la Iglesia, san Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: La Iglesia sin duda es llamada católica, es decir universal, por el hecho de que es difunida por todos lados, desde una parte hasta la otra de los confines de la tierra; y porque universalmente y sin deserción enseña todas las verdades que deben llegar al conocimiento de los hombres, ya sea sobre las cosas celestes, que de las terrestres.

Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que habla todas las lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, que ha preparado a los Apóstoles y toda la Iglesia para hacer resonar a todos, hasta los confines de la tierra, la Buena Noticia de la salvación y del amor de Dios. La Iglesia así ha nacido católica, "sínfónica" desde los orígenes, y no puede no ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos.

La Palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas, todos tienen el Evangelio en la propia lengua, para leerlo y vuelvo a lo mismo. Siempre es bueno tener con nosotros un Evangelio pequeño para llevarlo en el bolsillo,y durante el día leer un pasaje. Esto nos hace bien, el Evangelio está difunfido en todos los idiomas porque la Iglesia, el anuncio de Cristo Redentor, es en todo el mundo. Y por eso se dice que la Iglesia es católica, porque es universal.

Apostólica

Si la Iglesia ha nacido católica, quiere decir que ha nacido "en salida", misionera. Si los Apóstoles se hubieran quedado allí, en el Cenáculo, sin salir a anunciar el Evangelio, la Iglesia sería solamente la Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese Cenáculo. Todos han salido por el mundo, desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento que ha venido el Espíritu Santo. Y por eso la Iglesia ha nacido en salida, es decir, misionera.

Es eso lo que expresamos calificándola de apostólica. Porque el Apóstol es el que lleva la Buena Noticia de la Resurreción de Jesús. Este término nos recuerda que la Iglesia tiene su fundamento en los Apóstoles y en continuidad con ellos. Son los Apóstoles que han ido y han fundado nuevas Iglesias, han hecho nuevos obispos y así en todo el mundo en continuidad.

Hoy, todos nosotros estamos en contiudad con ese grupo Apóstoles que ha recibido el Espíritu Santo y luego han ido en salida a predicar. La Iglesia es enviada a llevar a todos los hombres el anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura y del poder de Dios. También esto deriva del evento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, quien supera cualquier resistencia, vence la tentación de cerrarse en sí mismos, entre pocos elegidos, y considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios. Imaginemos que un grupo de cristianos hace esto, nosotros somos los elegidos, sólo nosotros, al final mueren, mueren primero en el alma después morirán en el cuerpo. Porque no tienen vida, no son capaces de generar vida, otras personas, otros pueblos, no son Apóstoles.

Y es el Espíritu quien nos conduce al encuentro con los hermanos, también hacia los más distantes en cualquier sentido, para que puedan compartir con nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado como regalo.

¿Qué implica, para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros, formar parte de una Iglesia que es católica y apostólica?

1. En primer lugar, significa tener en el corazón la salvación de toda la humanidad, no sentirse indiferentes o extraños frente a la suerte de tantos de nuestros hermanos, sino abiertos y solidarios hacia ellos.

2. Significa además tener el sentido de la plenitud, de lo completo, de la armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones parciales, unilaterales, que nos cierran en nosotros mismos.
 
3. Formar parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser consciente de que nuestra fe está anclada en el anuncio y el testimonio de los mismos Apóstoles de Jesús. Está anclada, es una larga cadena que viene desde allí. 
 
Y por eso sentirse siempre enviado, mandado, en comunión con los sucesores de los Apóstoles, para anunciar, con el corazón lleno de alegría, a Cristo y su amor a toda la humanidad.

Pidamos entonces al Señor renovar en nosotros el don de su Espíritu, para que toda comunidad cristiana y todo bautizado sea expresión de la santa madre Iglesia católica y apostólica.
 
Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net

¿La fe es amor o normas?

Ser cristiano es un modo de pensar y de vivir que comprende al hombre en su totalidad.
 

Muchos católicos piensan su fe cristiana en clave dicotómica. Por un lado, encuentran en ella una espiritualidad bellísima, un mensaje maravilloso, una esperanza y un proyecto para vivir sólo en el amor. Por otro, ven una serie de mandamientos y de "normas" que sienten como una camisa de fuerza o como tijeras que cortan las alas de sus sueños y que impiden vivir según el progreso de la sociedad.

En realidad, los mandamientos que Dios nos ha dado y las normas que la Iglesia nos ofrece no son obstáculos, sino parte misma de la respuesta de amor que nace de la fe en el Evangelio.

Porque ser cristiano no es sólo creer que Dios nos ama, que Cristo nos ofrece la salvación con su entrega en la cruz. Ni es sólo rezar en los momentos de dificultad para pedir ayuda, o en los momentos de alegría para reconocer que los dones vienen de Dios. Ni es sólo entrar en una iglesia para las “grandes ocasiones”: un bautizo, un matrimonio, un funeral...

Ser cristiano es un modo de pensar y de vivir que comprende al hombre en su totalidad. Desde que suena el despertador o alguien nos grita que nos levantemos, hasta el momento de acostarnos, cuando apenas tenemos fuerzas para colocar la camisa en el armario.

Es, por lo tanto, falsa la dicotomía que lleva a muchos a aceptar algunos aspectos espirituales de su fe cristiana y a dejar de lado las exigencias concretas de esa misma fe. Porque la fe en Dios llega a todos los ámbitos de la vida: lo que uno piensa ante el espejo, lo que uno dice en el teléfono, lo que uno hace con el poco o mucho dinero de su cuenta bancaria, lo que uno comenta ante un amigo, lo que uno hace o no hace en el trabajo, lo que uno ve y piensa ante la televisión, lo que uno come o deja de comer.

Sería triste caminar en la vida con la falsa idea de que podemos declararnos católicos sólo porque así lo creemos y lo decimos ante una encuesta pública. Porque un católico lo es de verdad cuando, desde su fe, esperanza y caridad, lucha día a día para poner en práctica el Evangelio y para acoger las enseñanzas que nos vienen del Papa y de los obispos, es decir, de los sucesores de los Apóstoles y defensores del gran tesoro de nuestra fe.

Por eso mismo también es incoherencia y falsificación de la fe cristiana el cumplir escrupulosamente normas y reglas, mandamientos y Derecho canónico, con un corazón frío, con un espíritu fariseo, con faltas enormes al mandamiento del amor.

Las obras valen sólo cuando están sumergidas en una fe profunda y en una caridad auténtica. De lo contrario, caemos en formalismos que poco a poco marchitan el alma y nos llevan a caminar sin la alegría profunda de quien vive en un continuo trato de intimidad con un Dios que nos mira, de verdad, como hijos muy amados.

Hay que superar la esquizofrenia del espíritu que separa la fe y las obras, la piedad y el trabajo, la espiritualidad y el compromiso serio por el Evangelio. No basta decir “Señor, Señor” para ser sarmientos fecundos. Ni sirve para nada hacer mil acrobacias formalistas sin un corazón lleno de amor hacia nuestro Padre de los cielos y hacia cada compañero de camino.

Hoy podemos, con sencillez, con humildad, con la valentía del cristiano, decirle a Cristo: acojo tu Amor, Jesús. Quiero vivir según el Evangelio, quiero escuchar la voz de tus pastores, quiero que la caridad sea la luz que guíe cada uno de mis pasos, en lo grande y en lo pequeño...

Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

sábado, 10 de septiembre de 2016

Mamá: no tienes que ser perfecta, te queremos como eres

Las “súper mamás” de hoy se sienten agotadas.

La sociedad moderna se ha puesto un tanto exigente con las madres: deben ser las “coach” de sus hijos, las mejores esposas, también competentes y brillantes en sus puestos laborales, deben verse arregladas, bonitas, y ¡en forma! Ah, y la casa siempre en orden... Las “súper mamás” de hoy se sienten agotadas.
Todas estas condiciones han hecho que las mujeres se vuelvan inseguras en cuanto a sus capacidades de ser madre y han olvidando la esencia natural y femenina que fluye cuando a su cuidado se encuentra un pequeño ser. Esto también ha llevado a causar un gran temor a las que aún no se han decidido a ser madres.
A propósito del tema, nuestra bloguera La Mamá Oca hace esta reflexión en su escrito“La maternidad no es perfección”:
“¿Qué chip se ha quemado en nosotras, las mujeres, que vivimos una angustiosa inseguridad en torno a nuestro rol de madres? ¿Por qué mientras más sabemos, más tememos? ¿En qué parte de la historia nuestra liberación femenina sometió a nuestra naturaleza de mujeres? Lo que debería ser algo normal se ha convertido en un juego de decisiones, depresiones, postergaciones, sacrificios mal entendidos, entre otros tantos dramas, que nos han hecho pensar que la mujer no está hecha para ser madre de buenas a primeras y que si no somos súper archi perfectas –bajo nuestra propia escala de valores, claro está— nuestros hijos nos odiarán y serán pequeños monstruos infelices. Y así empezamos este calvario de amor que nos carga de culpas y cuestionamientos, además de tareas agotadoras para alcanzar esta utópica perfección.
(…) ¿Qué nos ha pasado? ¿El feminismo radical no sólo convenció a los hombres de que son totalmente prescindibles como padres sino también nos convenció a nosotras que siendo simplemente madres dispuestas a amar y a educar estamos siendo imperfectas y candidatas a la infelicidad? ¿El mundo de hoy, consumista y relativista, ganó la guerra al amor puro y bueno, es decir, al más natural de los amores?”.


Por eso como dice Giuliana, la mujer que está detrás de “La Mamá Oca”, no debemos olvidar jamás el potente vínculo natural que existe entre una madre y su hijo, ni obviar que la maternidad es un DON que viene cargado de sabiduría, fortaleza e intuición, que todas las madres, adoptivas o biológicas, lo poseen sin excepción alguna.
Te queremos como eres
Recordemos que la palabra “matrimonio” se deriva de la expresión latina "matris munus", oficio de madre. De ahí que acostumbramos a decir que un hogar es lo que es la madre, que la madre llena el hogar. Por esa razón, una familia ya es feliz y no todo tiene que marchar a la perfección, precisamente en ese proceso caótico y hermoso a la vez, es que realmente se llega a ser feliz.
Así que el gran consejo para las madres es no echarse culpas, ni menospreciar su rol; mejor las invitamos a aceptar sus fortalezas y debilidades, y trabajar por ser mejor pero sin perder de vista lo más importante: no tienes que ser perfecta para que tus hijos te quieran.
Por consiguiente, date el permiso de sentir cansancio, o aceptar que has tenido un mal día, o que te has equivocado, o llora “supuestamente” sin tener razón. El mundo no se acabará, y sí sentirás un gran alivio de saber que eres completamente normal. Después, respira profundo y con sólo ver a tu familia, te llegará de inmediato una recarga de fuerzas. Confía en ti, en tu esencia femenina, en tu don.
Hoy nos ponemos en los tacones de mamá, para entender su exigente mundo y reflexionar sobre cómo los hijos y el esposo pueden ayudar a quitarles tanto peso que tienen en sus espaldas. En  este Día de la Madre, dile a tu mamá, a tu esposa o a las madres que tienes alrededor: “No tienes que ser perfecta, te queremos como eres”.

Por: LaFamilia.info | Fuente: http://lafamilia.info 

Una palabra que hace maravillas

Cada día es una oportunidad para que pronunciemos un fiat lleno de amor a Dios.

Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. “Y vio que era bueno” (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad.

Al hombre lo creó “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo capaz de responder ‘sí ’ o ‘no’ a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16).

El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al ‘sí’ de Dios, siguió el ‘sí’ de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María.

San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un ‘sí’ pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario. El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer lo que Dios le pedía a cada instante.

Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un ‘sí’ generoso. Del fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.

Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.

Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.

viernes, 9 de septiembre de 2016

¿Cuál es el sentido del sufrimiento?

El mal y el dolor no pueden ser situados sólo en una dimensión temporal

Pregunta:

Estimado Padre: Mi duda concreta es la siguiente: ¿deseo saber el porqué de la injusticia, del dolor, de la enfermedad? Entiendo que debemos ser pacientes y aceptar la voluntad de Dios, ya que Él es el único que tiene las respuestas, no obstante al ver la realidad que enfrentamos en la vida diaria ¿cómo no perder el camino? De antemano le agradezco el tiempo que se sirva dedicarme para aclarar estas dudas. ¡Que Dios lo Bendiga! Atentamente.

Respuesta:

Estimado:
La respuesta definitiva al interrogante del hombre sobre el dolor viene solamente a través de Jesucristo. Y se encuentra en una frase en la que aparentemente no se hace referencia al dolor: Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16). Por eso se ha dicho con justeza: Jamás resolverás bien el problema del dolor si lo plantas mal; jamás plantearás bien el problema del dolor si prescindes de estos dos factores: amor de Dios al hombre y libertad humana.
Vemos algunas consideraciones sobre el dolor y su respuesta:
1º El mal y el dolor no pueden ser situados sólo en una dimensión temporal. Hay un mal y un sufrimiento que son temporales; pero también hay un mal y un sufrimiento que es definitivo: es la condenación y la separación definitiva de Dios. Entender, pues, el sufrimiento sólo del plano temporal es un error. Hay un dolor que es ‘mal’ en sentido absoluto y hay un dolor que no es ‘mal’ en sentido absoluto, sino relativo.


2º El origen del mal es el pecado, pero no el pecado personal de cada uno sino ‘principalmente’ el pecado de Adán: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte… Por el delito de uno solo murieron todos… Por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre… Así pues… el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación (Rom 5,12-15.18).
3º En Cristo, Dios Padre, en lugar de destruir el sufrimiento, el pecado que lo introdujo y la humanidad entera que quedó hecha pecadora, dejó el dolor y lo usó para hacer brillar su gloria: Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?. Respondió Jesús: Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios (Jn 9,1-3). Ante el pecado del mundo y el sufrimiento que éste ha introducido, Dios podía hacer tres cosas:
a) previendo que sus criaturas caerían, podría no haberlas creado;
b) podría, después que pecaron, haberlas borrado de un plumazo y empezar de nuevo;
c) podía, y fue lo que hizo, tomar la mala nota desafinada por Adán y sacar de ella una nueva sinfonía, mejor que la anterior. Así lo hizo. Y es mejor, pues es la sinfonía de la Redención.
Alguno podrá decir en su escepticismo: ‘la tercera no es la mejor de las tres opciones’. ‘¡Sí lo es!’, tengo que contestarle, pero basado sólo en que es la que eligió la Sabiduría infinita de Dios. Los demás argumentos no valen, o al menos no pueden convencer un corazón que se rebela contra la Inteligencia de Dios. Entenderlo en este mundo significa el final del ‘misterio’ de la existencia humana: todo sería claridad. Y no es así: mientras estamos aquí abajo caminamos en el claroscuro de la fe.
4º Jesucristo, pues, transfigura el dolor temporal transformándolo en instrumento de redención del dolor eterno (de la separación definitiva de Dios) y en gesto de amor con el que podemos pagar el amor con que Dios nos ha amado. Entendámonos: no es que el sufrimiento o el dolor deje de ser en sí un mal. Es un mal y por eso sigue siendo humano y legítimo luchar contra él (especialmente cuando afecta al prójimo), pero recibe un carácter que podemos calificar de ‘ambivalente’, es decir, puede convertirse en fuente de bien. En el orden natural, pues, debemos luchar contra él; pero en el orden sobrenatural -sin dejar de ser un mal- podemos servirnos de él y transformarlo en fuente de santificación. Por eso el dolor temporal se hace ‘salvífico’: redentor y caritativo; y por este motivo, capaz de madurar a las personas, de elevarlas, purificarlas y divinizarlas.
El hombre sin fe se condena a la desesperación porque no tiene vía de conocer esta división introducida por Cristo. Para él el dolor temporal no es más que preludio del eterno: la vida es sufrimiento que va a parar a la aniquilación o a la tierra de sombras. De ahí la rebelión -comprensible- ante el dolor. No le encuentra ‘sentido’, ‘dirección’. ‘¿De qué vale? ¿Para qué aprovecha?’: su pregunta queda sin respuesta.
No podemos, pues, leer y entender el sufrimiento desde coordenadas puramente temporales. Hay que mirar hacia arriba para entenderlo.
Los santos frente al sufrimiento han abierto sus brazos, como abrazando lo que el mismo Cristo abrazó en la Pasión para redimirnos. Así, por ejemplo, el padre Pío de Pietrelcina, estigmatizado, manifestaba en una de sus cartas cuánto le pedía a Dios que le quitase las llagas externas por las que era venerado de tantos, pero dejándole sus dolores. Dice maravillosamente: ‘Alzaré fuerte mi voz a Él [a Dios] y no desistiré de conjurarlo, para que por su misericordia retire de mí no el sufrimiento, no el dolor, porque esto lo veo imposible y siento que me quiero embriagar de dolor, sino estos signos externos que me son de una confusión y de una humillación indescriptible e insoportable'[1].
En síntesis: el dolor tiene su secreto, y es que sólo da a conocer su sentido a quien lo acepta y une a Cristo. Por eso dice el Papa: ‘Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación es… una llamada: Sígueme,Ventoma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. Por eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos decir un decidido ‘hágase, Señor, tu voluntad’ y repetir con Jesús: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres Tú (Mt 26,39)'[2].
A todos los que nos preguntan: ‘¿Por qué; por qué sufrir? ¿Qué sentido tiene?’, no podemos darle otra respuesta que invitarlos a que abran sus corazones a la cruz de Cristo y que recibiéndola con paciencia la ‘escuchen’; junto a ella no hay sordo que no haya escuchado la respuesta, ni ciego que no la haya vislumbrado con toda claridad. A esta pregunta Dios quita toda palabra de los hombres y se reserva Él la respuesta última.

Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: .teologoresponde.org